Fruto del Amor
Cuando se me fue presentada la oportunidad de poder escribir algo tan especial como este escrito, no podía contener la alegría. Pero a la vez, sentí una responsabilidad tan grande. Me empiezo a cuestionar en mi capacidad para tratar de exponer en palabras lo que el primer encuentro con mi Jesús significa para mí. Hebreos 1:1-3
En muchas ocasiones, me imagino como todo creyente hemos soñado con este momento. Cuando te encuentres frente a frente con nuestro Señor Jesucristo. ¿Cómo es que voy a reaccionar? La lógica de mi naturaleza y mi pensamiento finito solo me trae inseguridad. ¿Cómo es que esto sería? ¿Cómo es que soy digna de estar ante su presencia? Todas estas preguntas llegan y me envuelven en un círculo sin fin. Pero esto, es solo un sentimiento natural que te hace reaccionar de una manera indigna, por la posición en la cual estás ahora.
Mas, sin embargo, en ese mismo instante los recuerdos vinieron a mi mente a confirmar mi posición una vez más. Al momento, en cuando pude comprender el verdadero significado de la frase cliché “El Primer Amor”. Como ser humano nos es difícil de realizar esta palabra y mucho más aplicarla en nuestras vidas. Porque en realidad no conocemos el significado del Amor. Hasta, que llega el tiempo perfecto del primer encuentro, que se realiza por medio de una experiencia sobrenatural como una cita divina. Romanos 5:8
Por primera vez conocí “El Primer Amor”. Él fue, el que me sustento en su corazón por un tiempo indefinido. Él fue, el que me conservo en su pensamiento cuando todavía era un deseo. Él, me tomó en sus manos y me formó. Él, sopló vida en mi ser y dio un propósito para mí existencia. Él, me colocó en el vientre de mi madre y me presentó ante ellos como su obra más valiosa. Este fue mi primer encuentro con el amor! En ese momento pude realizar que, a pesar de mi condición, su amor cubrió todo mi ser. Llenando la oscuridad en mi vida de luz, y mi pasado solo quedo como un espejismo de lo que yo fui. Y al igual como Pablo, escribió en el libro de Corintios, de ese “Amor”, es ahora el escudo que selló mi vida para siempre. 1 Corintios 13:4-8
Quise hablar un poco de esto porque sin conocer ese amor no pudiera hoy hablar con seguridad. Mi vida cambió por completo desde ese momento. El proceso en mi vida, aunque no ha sido nada fácil, agradezco todas las lecciones que hoy han moldeado y formado mi carácter. En mi formación pude ir destapando poco a poco el velo que cubrían mis ojos. Y con el paso del tiempo ha ido escalando con fervor la gran necesidad de un día ser hallada digna de estar ante la presencia de nuestro Señor Jesucristo. Y llegar hasta ese momento, es el latir de mi corazón y el aliento a mi vida. 2 Corintios 3:18
El ser el fruto de un gran amor, y ahora poder estar ante su presencia con honor y gran privilegio. El ser encontrado digna, es verdaderamente algo que palabras no pueden describir. Donde en un tiempo sólo podíamos sentir su presencia, ahora podemos tocarlo. Donde nuestros ojos no lo podían ver, ahora lo ven. El poder contemplar su excelencia de varón perfecto. La humildad de su rostro, que refleja paz y amor. Y sus ojos, que son el resplandor que alimenta el firmamento, alumbran mi ser con el brillo de Su esencia. El poder escuchar su voz, que ahora es la melodía que susurra en mis oídos. Y la magnitud de Su realeza sobrepasa toda imaginación natural. Y, aun así, Yo tan insignificante, sin nada que ofrecer, más que todo los que soy, me recibe con brazos abiertos.
Estar ante Su presencia y poder abrazarlo con todo mi ser, es lo que más anhelo. Que mi Señor pueda sentir todo mi agradecimiento y amor que por mucho tiempo quise expresar, sin saber cómo hacerlo. El poder postrarme y rendirme por completo ante su presencia por la eternidad, sin ningún prejuicio humano. El poder agradecerle su sacrificio, fidelidad y también la paciencia al no haberse dado por vencido, por la rebelión de mi corazón. ¡El poder empaparme de su amor por toda la eternidad, es mi corona de vida!
Para mí el simple hecho, si se le puede llamar de esa manera, de estar allí ante su presencia, ya es ganancia. Y el poder gritar con gran júbilo la victoria por la batalla de nuestra vida, es la melodía que resuena en mis oídos, como el triunfo de la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Qué mejor recompensa que esa, la satisfacción de una meta realizada que fue el resultado de un fruto de amor. Romanos 8:17